Hawking se pregunta: ¿por qué recordamos el pasado
y no el futuro?
¿Por qué vemos vasos astillándose en el piso
y no los vemos, elevándose en el aire,
recomponerse de las astillas?
De todo esto deduce que la flecha del tiempo
termodinámica y psicológica son una y la misma.
(En el principio no fue el caos, sino un cierto orden,
de otra manera la entropía no podría aumentar como aumenta).
Pero, Stephen, veámoslo de esta manera.
Saber el futuro —meta ansiada por estadistas y jugadores de quiniela—
está, para cualquier mortal con un mínimo de sentido común,
más lejos del sueño que de la pesadilla.
Recordar el pasado puede hacernos dejar la vida en varios consultorios vieneses.
¿Cómo sería una conversación entre seres que recuerdan el futuro?
¿Hablarían de su último segundo de agonía
pero no de su primer amor?
Como buen novelista, Hawking hace trampa.
Cuando, en unos diez mil millones de años,
el universo entre en su fase contractiva,
la flecha del tiempo termodinámica no se va a invertir: se va a desintegrar.
No habrá nadie viendo vasos recomponerse de astillas
porque el universo entero va a ser menos que astillas.
Cuando el universo esté tan desordenado que el desorden ya no pueda aumentar,
su fin estará próximo. Para ese entonces
todos nosotros habremos sido boleta hace rato.
Dicen que necesitamos algún orden para sobrevivir,
el mínimo para percibir que la flecha del tiempo
tiene dirección única.
Pero atención.
Si hay flechas, los sioux andan cerca.
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